miércoles, 29 de abril de 2020

Cuando abrazas a la muerte


Cuando abrazas a la muerte, el regusto que te queda en los labios es un sabor agridulce, pero, cuando eres el espectador de su llegada como tercera persona, tu boca se torna seca, y tus ojos llorosos, ante la impotencia de no poder hacer nada para evitarlo.

El sentir como una persona se va apagando, como una gota que poco a poco va llenando un vaso a punto de rebosar, es agonizante. Los andares tambaleantes de una canina que desfila como puede entre los últimos recovecos de su camino, simboliza muy bien nuestra dejadez del mundo hacia un destino incierto. No me centraré en cuestiones como ir al más allá, la reencarnación, o cualquier corriente de pensamiento hacia aquello que no comprendemos, y que tanto miedo nos da de explorar, sino, en el sentimiento que me concierne como persona, al ver como toda una vida se va poco a poco desmoronando en migajas de lo que una vez fue.

Mi día a día transcurre fregando los mismos platos, vasos y tenedores de mis abuelos. Siempre, empiezo dándole de comer a mi abuela, y después, le preparo la comida a mi abuelo. Le gusta la comida muy caliente, aunque ya nada le sabe a algo. Todo lo que come, sabe a podrido, a maloliente, a pasado de tiempo.

Incluso si le pusiera la mejor comida del mejor buffet de cocina, le sabría a cenizas, porque ya ni tragarlo podría hacerlo. Todo aquello ostentoso, acaba siendo secundario cuando tus ojos ya no pueden apreciarlo.

Nuestro cuerpo es una casa que se va asentando a lo largo de nuestra vida. Los pilares de las mismas, la construimos desde que empezamos a entender qué estamos percibiendo, cómo andamos, qué pensamos… son nuestros ideales, nuestro respeto personal, nuestra puesta en escena ante decisiones difíciles que determinan quienes seguiremos siendo después de tomarlas. Las casas, tienen sus ventanas, por las que entra todo tipo de luces de colores... su sala está decorada con pequeños cuadros, de las memorias de aquellos que dejamos entrar en ella. No es una casa perfecta, ni ideal, tiene fallos, grietas, incluso a veces, puede derrumbarse porque sus pilares no están bien consolidados. Hay todo tipo de casa, desde las más acogedoras, a las más frías, y su estampa, suele ser variopinta.

Este hogar debe de ser cuidado, con cariño, con amor, con dedicación, pues es donde residiremos durante todo el tiempo que estemos en este mundo. Nosotros tomamos las decisiones de quienes queremos que entren, y quienes queremos que se queden. Los pensamientos que recorren sus pasillos, pueden ser invitados de honor, o los peores inquilinos que uno pueda imaginarse… pero, llega un momento, que ya por sus ventanas no entra luz, porque se pierde la opción de poder ver; no se escuchan pájaros cantando, porque ya no entran sonidos que resuenan en ella; la puerta principal, se encuentra atorada, y el pomo simplemente desaparece como si nunca hubiera estado. Todo se vuelve oscuro, lúgubre, hasta que el hogar queda abandonado….
Ver como estas casas pasan de estar llenas de vida y de luz, al ser un sepulcro de lo que una vez fueron, nos hace sentir precipitosos ante un acontecimiento inminente. Nos pasamos la vida queriendo ir más rápido, queriendo mensajes más breves, reflexiones cortas y escuetas para que no te detenga demasiado rato. Damos por hecho tantas cosas, que cada vez más nuestros hogares parecen latas de sardinas poco cuidadas y sin profundidad. Y no nos damos cuenta, de que al final, por mucho que quieras correr, por mucho que intentes escapar, acabas siendo cogido del brazo, y con cariño, además, por la muerte.  

Al final acabas lavando los mismos tres platos, dos vasos y tenedores, hasta que llega un momento en el que ya no hay nada que lavar, porque no hay nadie que los use para comer.

viernes, 24 de abril de 2020

Me quise, me elegí a mi.




Intenté quererte,
intenté querer cada detalle de tu cuerpo como si mi vida se fuera en ello.
Intenté quererte, intenté aceptar cada acto que me dedicabas en las sombras.

Intenté quererte,
intenté apreciar hasta tus tortas sin manos.
Intenté quererte,
de verdad que lo intenté.

Intenté quererte incluso cuando no tenía fuerzas para seguir adelante.
Intenté quererte,
intenté dar gracias por tenerte conmigo.
Intenté no perderte,
intenté quererte cada noche como si no hubiera un mañana.

Intenté quererte cuando tus brazos eran gélidos,
cuando tus palabras no tenían significado.
Intenté quererte, por encima de tu arrogancia,
de tu hipocresía, de tus miradas.

Intenté quererte incluso vendiendo mi alma al diablo para que jamás te pasara nada.
Intenté quererte cada noche en las sombras.
Intenté quererte, hasta que un día, simplemente no pude querer más.
No pude querer la verdad que escondías,
no pude ser participe de tu maldad.
No pude, y mira que lo intenté.

Te intenté querer hasta que en el espejo ya no veía reflejo,
cuando mi cuerpo ya no dejaba silueta entre las sábanas.
Incluso cuando no era nada, intenté ser para quererte.

Pero no pude, no pude, y decidí, simplemente, quererme yo.
Me quise, me quise, me elegí con sentimientos encontrados.
Me salvé de quererte, porque lo que se intenta y no nace, es prueba de que yo no era, ni tú merecías que fuera.
De lo que no fluye, no se puede pretender bañarse.
De lo que no se planta,  no se puede recoger frutos.

Intenté quererte,
hasta que me di cuenta que lo mejor era quererte lejos.

-Amantis Femina.


miércoles, 15 de abril de 2020

La Dama


Debemos abstraernos de nuestra cultura y de nuestra idea preconcebida de lo que significa morir, de la visión negativa que la muerte lleva consigo…
Hace mucho tiempo, en un mundo donde la grandiosidad de la creación se hacia patente en todo momento, encontramos en una villa perdida, una hermosa y deslumbrante dama.
Ojos verdes esperanza, pelo largo y rubio con reflejos pelirrojos. La ondulación de su melena recordaba al leve balancear de las olas en calma del mar. Alta y esbelta, labios del tono de las cerezas mejores vistas a lo largo de toda una vida. Piel sonrosada, con piernas realmente interminables… ropajes claros, vestido largo y sandalias tono tierra. Nos encontramos ante el más bello ser que cualquier mortal haya podido ver. A lo largo de nuestra historia ha recibido innumerables nombres, con una lista aun más interminable de dones que posee.
Su porte mostraba lo agradable de su alma y la magnitud de su honestidad. En ella, todo estaba completo. Era ella, sabia, rica de emociones, de ambiciones, dotada de artes, de ciencia, de inteligencia… Podría ser la representación más clara de la luz de una estrella. Pero ante un ser de tanta gratitud, sin maldad en su interior, su sombra, decidió actuar.

’Oh dulce doncella de plenitud y felicidad campante, debes aceptar tu Yo, me debes aceptar a mi’’.

Nuestra protagonista y dama de la creación, fuente de pura vida, que con el roce de sus dedos podía hacer florecer hasta en la tierra más marchita, amaba con devoción a cada una de sus creaciones.
Amaba al mar que la bañaba, a la tierra que le recorría, al fuego que la abrazaba, y al viento que acariciaba sus mejillas. Era creadora y origen del ser. Su mayor dolor sería no poder sentir.
Que sus brazos ya no dieran calor, que sus atributos se tornasen a su opuesto, que de rasgos angelicales pasase a una piel esquelética y pálida. Su cabello se caería como trozos de piedra, su voz se agravaría, sus labios se romperían sin poder pronunciar ninguna voz…
Su sombra actuó, y de un pestañeo le recordó las dos caras que suponía crear vida. La dulce dama madre de creación, se volvió la dama de negro, de la tremenda oscuridad que ni los seres de la noche podían aguantar.

’Oh, ¡¿por qué me haces esto?!’’, gritaba desconsolada con su último hilo de voz.

‘’Porque para ser completa, debes aceptar cada parte que te compone. Porque el regalar vida solo se completa con arrebatar el aliento que recorre el cuerpo de tus criaturas. Porque soy parte de ti, como alma, como entidad divina. Porque tu sombra y tú, ser, somos la misma realidad, vista según donde dé la luz de la perspectiva’’.

Ahora, serás madre, pero no creadora, tu nombre no será dulce y melódico, sino un desgarrador grito final en el término de la vida de aquellos que salieron de cada parte de tu cuerpo.  No serás esperanza, sino dama del arrebato, sin la abundancia que tu presencia siempre ha aportado.
Cada vez que tus gélidas manos intenten tocar la tez de tus hijos, estos se harán polvo, volviéndose parte de ti. Serás la plenitud en el final del camino. Arroparas a almas que ya en este mundo no deben estar. Serás reconocida como madre egoísta de fríos abrazos y gélidos besos.

Serás la luna blanca en la oscuridad, y quien se vea alumbrado por tu luz, será parte de tu cielo nocturno. Serás señuelo, serás maldición.
Te reconocerán por tu precipitosa e impaciente llegada. Nadie te esperará en casa, nadie te acogerá en su gracia.

Yo te maldigo creadora, a que la luz cambie de lugar, a que seas vista con totalidad. Ahora te renombro, te bautizo en el río cristalino que tanto te bañaba. Serás el caos de los elementos, el recuerdo de la finitud y del desconsuelo. Serás muerte, oscura dama, que acompaña en la noche a su creación hacia su fin.

miércoles, 1 de abril de 2020

Pestañeo de luz. - Reflexión sobre lo que nos pasa.


Lo único que puedo sentir en la intemperie en la que me encuentro es un escalofrío que me recorre la nuca, como si de un soplo húmedo se tratase. Mis ojos, débiles ante el deseo de abrirse, deciden seguir retozando un poco más del aleteo de mis pestañas cerradas. Parecía que mi iris era el preciado secreto de Pandora, que no debía ver la luz.

Me muevo suavemente, notando como cada parte de las telas que me rodean me abrazan con ternura, con amor, con dedicación, pero, sobre todo, con ese olor que embriaga mis sentidos hasta colmarme de placer hasta un clímax inexplicable.
Me cuesta mover el cuerpo. Ni siquiera el dedo pequeño del pie derecho me responde todavía. Pero ahí estoy, incrustada entre océanos de telas que me brindan abrigo y ropaje ante mi piel desnuda. Mi piel desnuda de la forma en la que los huesos y los músculos se tornan transparentes hacia la exploración de mi mente, de mi alma, de mis pensamientos.

Tener los ojos cerrados, solo invita a que en la oscuridad de mi teatro aparezcan pequeños destellos sin saber muy bien el origen de los mismos. Las figuras se van haciendo cada vez más picaras, danzando, aunque yo no pueda oír el baile que contonean. Me siento en un lugar privilegiado, ya que las figuras no tienen que envidiar a las ninfas hijas de Afrodita. Su luz, me recuerda al cariño de un beso pasado; su ritmo, se me asemeja al palpito de un corazón cuando está en plena calma; su risa, sorda, me hace apreciar lo que aparentemente no se da.

Poco a poco, intento alcanzar a estas figuras, intento elevarme, intento levantarme, intento estar junto a ellas, siendo su compañía. Me siento feliz, pero a la vez precipitada. No comprendo cómo poder hacerme bailar, cuando las puntas de mis pies no pueden despegarse de las sabanas que rodean mis tobillos.

Y sigo, y peleo. Saboreo la victoria cuando parece que está a meros centímetros de mí. Sabe a las delicias de un recuerdo intacto en el tiempo, a una primera mirada, a una pequeña inocencia en medio de un caos fortuito. Sabe a paz, cuando te sitúas en el ojo del huracán, esperando ser fuertemente golpeada por el porvenir.

Pero ese segundo de paz, ese segundo de trascendencia, de ser, me pertenece. Me pertenece porque yo pertenezco a la paz. Porque mi integridad se disipa frente al mar del egoísmo. Me reconforto en un abrazo final con aquellas luces que bailan cuando mis ojos están cerrados.

Ya ha amanecido, y mis pies empiezan a moverse inquietos entre las almohadas, el colchón, y una melena despelucada. Amanece, aunque no tenga la certeza de que mañana lo vuelva a hacer. Amanece, hasta el dia que las luces que bailan, nos toman de la mano para elevarnos a ser nosotros, luz. Hasta que la función termina, siendo nosotros protagonistas sin retorno; hasta que nos llenamos por completo de emociones que aguardan la llegada del grito más silencioso que pronunciaremos jamás, en comparación con el sonido más ruidoso que jamás quisimos dar por nosotros mismos.
Las luces que observamos, o que nos observan siempre son del mismo tono, la diferencia se da en la mirada con la que tú decidas observarlas. Cuando eres protagonista y la obra termina; cuando eres el objeto de culto, cuando la obra comienza a tener vida.

Lo azaroso de nuestro despertar no es más que una muestra de la finitud de un sueño, de unas horas, de una cama. Las sabanas se cambian, las estaciones pasan, las gotas caen, el viento sopla, el fuego sigue quemando, el sol sigue alumbrando. Hasta que, como si de un chasquido se tratara, pasas del teatro a la nada, como si con un gélido abrazo te reencontraras.  Del calor del grito, a la escucha del silencio. De la luz que te baila, a ser la luz que baila en el firmamento.